sábado, 25 de enero de 2025

Próximo libro... Una novela

 Fragmento de la novela que estoy trabajando. 

Tomé mi saco preferido, un sport dover, el color blanco siempre me ha sentado bien, con un jeans azul marino, unos zapatos color café penny, apagué la luz de la habitación, retiré del perchero las llaves, ese llavero tosco con aro grande y delgado que me gustaba por su singular sonido al chocar con lo metálico del material, cerré la puerta principal y salí del departamento, no me percate del clima en su momento, era el mes de abril y en las tardes noches de ésta ciudad es impredecible, me dirigí a la avenida, emprendí un recorrido a pie por la acera por un buen rato, como a novecientos metros dispuse de poner los audífonos y reproducir un clásico inglés de finales de la década de los 70´s, la cual se convirtió en un Hit, dejando una parteaguas como grupo musical a la industria y las generaciones siguientes, The Police.

Mi madre me había formado un legado musical un tanto excéntrico, curioso y poco ortodoxo, podía escuchar con mucho gusto un grupo regional, a un representante nacional de música contemporánea o como este caso, un grupo internacional con impactos en culturas, regiones y agrupaciones posteriores, siendo una influencia en sus creaciones musicales.

El estilo new weve, ajustaba con una ciudad cosmopolita, me permitía apreciar los rascacielos y la estructura urbana con delicada convergencia, las áreas verdes, jardines, parques y camellones, existía una comodidad extravagante, algo propio de caminar entre anuncios, luces de neón, negocios, pasos peatonales, semáforos y un sonido disminuido por los audífonos, automóviles y servicios de transporte, el recorrido se volvió más fluido, mi caminar se coordinaba con la música “Walking on the moon”, me sentía único, como si los reflectores se enfocaran en mi persona, en los pasos y en cada una de las brazadas, en cada uno de los chasquido de dedos, disfrutaba el proceso, mis pies parecían flotar con suavidad, una concéntrica forma de direccionar la urbanización para experimentar una sensación de modernidad. 

Caminé alrededor de cinco kilómetros sobre una de las avenidas más importantes del país, atento a las intersecciones con las calles colindantes hermosamente adornabas por esculturas, acompañadas por delgadas farolas de luces incandescentes, uno que otro buzón cuya estancia había perdurado a la cambiante ciudad.

En el cielo se formaba una nube delicada, cuyo grosor permitía la claridad de la luna y una que otra estrella, sin embargo, una leve llovizna se hacía presente, tan delicada, era un rocío perfecto, lo necesario para no acumularse, ni para ser un problema, pero suficiente para formar ambientar un hermoso contexto urbano.

Un sutil sonido de avión recorre entre los rascacielos, las luces en el cielo que atraviesan a baja altitud, los colores de la bandera y una impactante vista al horizonte, se pierde la visibilidad del avión a lo lejos, una estampa digna de fotografiar. Caminaba entre zona de monumentos, espacios recreativos, parques, teatros y reservas ecológicas, un microestado en un solo lugar, los árboles se camuflaban, entre mampostería de cemento, las plantas adornaban fachadas y herrerías, una colosal construcción vertical con grafito de colores entre patios empastados con pasillos adoquinados, un gran estadio de futbol con capacidades de competencia olímpica, espacio a mis espaldas de admiración. Es la ciudad, bella concentración de vanguardia, seguridad y avance deportivo cultural.

De repente gira conveniente la coordinación del lugar, aparentemente se olvida de la bulliciosa urbe, se convierte en el sitio más tranquilo y ameno de la metrópoli, me quito los audífonos, apago el reproductor, vuelvo mirar al cielo en agradecimiento, cuántas experiencias así podré tener en la vida, cuántos pequeños gustos, casualidades y procesos climáticos podrán coincidir, podré nuevamente ser testigo de observar la belleza oculta de una manera tan abrumadora que no pueda ser olvidada, me pregunté y suspiré.

Fue entonces, después de un recorrido agradable, cuando desvíe el camino de la avenida hacia una callejón estrecho, adoquinado, con iluminación media, en total silencio, pequeños jardines continuos delimitaba la calle con los hogares, cada cierta distancia un Trueno, hermosos árboles de 9 metros de alto y de follaje frondoso, su copa globosa reverdeciente de vida emitía un aroma preciso, detallado, justo como se imagina, acompañado de adornos de canceles al ruedo, ladrillos rojos y blancos para delimitar el camino, entre el callejón empedrado y los pastos cortados.

Al fondo se encontraba un restaurante, en su entrada un descanso techado con teja roja clásica y ventanales gigantes, la cubierta de las paredes mostraba finos adornos de azulejos, lindos como acuarelas entre cerúleos, royales, índigos, como talavera de envoltura a una casita de mediana proporción, tres escalones permitían el acceso a la entrada, a los costados unas farolas hermosas, rusticas color bronce antiguo apariencia oxidada y al centro, al techo un candelabro estilo moderno color coñac.

Ya en la recepción se escuchaba a medio volumen una melodía, “Mi razón”, con interpretación de la “Guerrillera del Bolero y la Sonora Santanera”, envolviendo en una atmosfera aterciopelada, armonizada con tragaluces amarillos, que por la hora estaban sustituidos por luminaria adecuada, a cada paso en el interior del establecimiento, una sensación de calidez se apropiaba poco a poco del cuerpo.

El personal amable y cortes, motivados por hacer una estancia amena, agradable, me ofrecieron una mesa, a lo cual, no pude negarme al interiorizar el lugar, como propio de un momento extraordinario, registraron mi nombre en una libreta florete, forrada en cuero camel, la pluma fuente negra con preciosos tonos dorados daba una mayor elegancia, posteriormente un sutil aroma estimulante, recorría por la sala de espera, la cual permitía tranquilizar el palpitar y la respiración, después de la prolongada caminata.

Dispusimos el camarero y yo, recorrer por un largo pasillo, acampados por luces en el techo, lámparas florentinas con bombillas vintage, cristalería incandescente, relajante y envolvente, al final una estancia en la cual se distribuía una número de mesas, se permitía observar un escenario giratorio, con escenografía sencilla, bien iluminada, con dos pianos, el primero un clavecín y el segundo un piano cola larga negro, acompañado por un plateado micrófono de bobina clásico, regordete y con surcos en su diseño, tan icónico, tan solemne.

Me parecía un lugar muy exuberante pero me sentía en acorde con los tonos que envolvían el ambiente, por una fracción de tiempo recordé, me gusta la pintura y pensé es un lugar digno de pintar, mirando los adornos y la forma tan sutil de combinar luces, sonido y aroma, entre cuadros y porcelanas finas, delicadas columnas ofídicas, en los ventanales unas hermosas herrerías y con un color negro brillante que destellaba al sincronizar la luz con los ángulos generados por la mirada a través de los pasos que se dan por los pasillos para disponer a la estancia donde están las mesas...




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