Fragmento de la novela que estoy trabajando.
Tomé mi
saco preferido, un sport dover, el color blanco siempre me ha sentado bien, con
un jeans azul marino, unos zapatos color café penny, apagué la luz de la habitación,
retiré del perchero las llaves, ese llavero tosco con aro grande y delgado que
me gustaba por su singular sonido al chocar con lo metálico del material, cerré
la puerta principal y salí del departamento, no me percate del clima en su
momento, era el mes de abril y en las tardes noches de ésta ciudad es
impredecible, me dirigí a la avenida, emprendí un recorrido a pie por la acera
por un buen rato, como a novecientos metros dispuse de poner los audífonos y
reproducir un clásico inglés de finales de la década de los 70´s, la cual se
convirtió en un Hit, dejando una parteaguas como grupo musical a la industria y
las generaciones siguientes, The Police.
Mi madre
me había formado un legado musical un tanto excéntrico, curioso y poco
ortodoxo, podía escuchar con mucho gusto un grupo regional, a un representante
nacional de música contemporánea o como este caso, un grupo internacional con
impactos en culturas, regiones y agrupaciones posteriores, siendo una
influencia en sus creaciones musicales.
El
estilo new weve, ajustaba con una ciudad cosmopolita, me permitía apreciar los
rascacielos y la estructura urbana con delicada convergencia, las áreas verdes,
jardines, parques y camellones, existía una comodidad extravagante, algo propio
de caminar entre anuncios, luces de neón, negocios, pasos peatonales, semáforos
y un sonido disminuido por los audífonos, automóviles y servicios de
transporte, el recorrido se volvió más fluido, mi caminar se coordinaba con la
música “Walking on the moon”, me sentía único, como si los reflectores se
enfocaran en mi persona, en los pasos y en cada una de las brazadas, en cada
uno de los chasquido de dedos, disfrutaba el proceso, mis pies parecían flotar con
suavidad, una concéntrica forma de direccionar la urbanización para
experimentar una sensación de modernidad.
Caminé
alrededor de cinco kilómetros sobre una de las avenidas más importantes del
país, atento a las intersecciones con las calles colindantes hermosamente
adornabas por esculturas, acompañadas por delgadas farolas de luces
incandescentes, uno que otro buzón cuya estancia había perdurado a la cambiante
ciudad.
En el
cielo se formaba una nube delicada, cuyo grosor permitía la claridad de la luna
y una que otra estrella, sin embargo, una leve llovizna se hacía presente, tan
delicada, era un rocío perfecto, lo necesario para no acumularse, ni para ser
un problema, pero suficiente para formar ambientar un hermoso contexto urbano.
Un
sutil sonido de avión recorre entre los rascacielos, las luces en el cielo que
atraviesan a baja altitud, los colores de la bandera y una impactante vista al
horizonte, se pierde la visibilidad del avión a lo lejos, una estampa digna de
fotografiar. Caminaba entre zona de monumentos, espacios recreativos, parques,
teatros y reservas ecológicas, un microestado en un solo lugar, los árboles se
camuflaban, entre mampostería de cemento, las plantas adornaban fachadas y
herrerías, una colosal construcción vertical con grafito de colores entre
patios empastados con pasillos adoquinados, un gran estadio de futbol con
capacidades de competencia olímpica, espacio a mis espaldas de admiración. Es
la ciudad, bella concentración de vanguardia, seguridad y avance deportivo
cultural.
De
repente gira conveniente la coordinación del lugar, aparentemente se olvida de la
bulliciosa urbe, se convierte en el sitio más tranquilo y ameno de la metrópoli,
me quito los audífonos, apago el reproductor, vuelvo mirar al cielo en
agradecimiento, cuántas experiencias así podré tener en la vida, cuántos
pequeños gustos, casualidades y procesos climáticos podrán coincidir, podré
nuevamente ser testigo de observar la belleza oculta de una manera tan abrumadora
que no pueda ser olvidada, me pregunté y suspiré.
Fue
entonces, después de un recorrido agradable, cuando desvíe el camino de la avenida
hacia una callejón estrecho, adoquinado, con iluminación media, en total
silencio, pequeños jardines continuos delimitaba la calle con los hogares, cada
cierta distancia un Trueno, hermosos árboles de 9 metros de alto y de follaje
frondoso, su copa globosa reverdeciente de vida emitía un aroma preciso,
detallado, justo como se imagina, acompañado de adornos de canceles al ruedo,
ladrillos rojos y blancos para delimitar el camino, entre el callejón empedrado
y los pastos cortados.
Al fondo
se encontraba un restaurante, en su entrada un descanso techado con teja roja clásica
y ventanales gigantes, la cubierta de las paredes mostraba finos adornos de
azulejos, lindos como acuarelas entre cerúleos, royales, índigos, como talavera
de envoltura a una casita de mediana proporción, tres escalones permitían el
acceso a la entrada, a los costados unas farolas hermosas, rusticas color
bronce antiguo apariencia oxidada y al centro, al techo un candelabro estilo
moderno color coñac.
Ya en
la recepción se escuchaba a medio volumen una melodía, “Mi razón”, con
interpretación de la “Guerrillera del Bolero y la Sonora Santanera”, envolviendo
en una atmosfera aterciopelada, armonizada con tragaluces amarillos, que por la
hora estaban sustituidos por luminaria adecuada, a cada paso en el interior del
establecimiento, una sensación de calidez se apropiaba poco a poco del cuerpo.
El
personal amable y cortes, motivados por hacer una estancia amena, agradable, me
ofrecieron una mesa, a lo cual, no pude negarme al interiorizar el lugar, como
propio de un momento extraordinario, registraron mi nombre en una libreta florete,
forrada en cuero camel, la pluma fuente negra con preciosos tonos dorados daba
una mayor elegancia, posteriormente un sutil aroma estimulante, recorría por la
sala de espera, la cual permitía tranquilizar el palpitar y la respiración,
después de la prolongada caminata.
Dispusimos
el camarero y yo, recorrer por un largo pasillo, acampados por luces en el
techo, lámparas florentinas con bombillas vintage, cristalería incandescente,
relajante y envolvente, al final una estancia en la cual se distribuía una
número de mesas, se permitía observar un escenario giratorio, con escenografía
sencilla, bien iluminada, con dos pianos, el primero un clavecín y el segundo un
piano cola larga negro, acompañado por un plateado micrófono de bobina clásico,
regordete y con surcos en su diseño, tan icónico, tan solemne.
Me parecía un lugar muy exuberante pero me sentía en acorde con los tonos que envolvían el ambiente, por una fracción de tiempo recordé, me gusta la pintura y pensé es un lugar digno de pintar, mirando los adornos y la forma tan sutil de combinar luces, sonido y aroma, entre cuadros y porcelanas finas, delicadas columnas ofídicas, en los ventanales unas hermosas herrerías y con un color negro brillante que destellaba al sincronizar la luz con los ángulos generados por la mirada a través de los pasos que se dan por los pasillos para disponer a la estancia donde están las mesas...
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