En el mundo del siglo XXI con los avances tecnológicos
y científicos, se ha creído fielmente en la intromisión en nuestras vidas con
el fin de mejorarla, descuidando el impacto lingüístico que esto conlleva.
Daniel Cassany[1]
hace una serie de referencias reales de cómo la ciencia en todos sus aspectos a
entrado y modificado nuestra comunicación de forma tecnicista-funcional[2],
permitiendo la interacción de la tecnología para hacernos escuchar o comunicar
en los medios, esto provoca una diversidad casi infinita de posturas
diferentes, secuencias de instrucciones e información que al parecer son tan
naturales y para los que no están contextualizados, tan sofisticadas.
Los alumnos nunca estuvieron tan próximos a la
interacción real de lenguaje social, su interés por su aplicación está en los
niveles más altos, (Televisión, Radio, Internet -redes sociales, youtube, E-mail,
blogs, etc.) sin embargo, la escritura se transforma libremente y por
consecuencia se modifica.
Estamos
en los tiempos de la importancia de “decir más, en menor tiempo” y no en la
importancia del “estilo, estructura y reflexión.”
En la
actualidad, para un maestro navegar en un idioma técnico, estructural y
complejo, suele ser desinteresado por los alumnos del siglo XXI, por lo tanto, acarrea
retos, nuevas visiones pedagógicas, nuevas culturas de investigación, de
difusión y de retroalimentación comunicativa.
Un papel
de importancia educativa, pero al mismo tiempo en colaboración con padres de
familia y gobierno para la seguridad de plataformas electrónicas[3], contenidos y accesibilidad.
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